Mi nombre es Wendy

La hija mayor de Wendy en un picnic La hija menor de Wendy en un picnic

Mi nombre es Wendy tengo tres niñas, las dos menores: Citlali y Brianna tienen pérdida de audición y usan implantes cocleares. Con nuestra segunda hija nos enteramos que tenía una pérdida auditiva cuando cumplió un año. Yo no entendía lo que estaba pasando. Me habían dicho que era normal porque había nacido por cesárea y tenía líquido en el oído y me dijeron que esperara. Dos semanas después de haber nacido le hicieron otro examen de la audición y nuevamente no lo pasó. Me dijeron que todavía estaba muy pequeña que era normal. Después a los seis meses yo noté algo diferente en ella. Ella solo sonreía, dejó de hacer sonidos, dormía mucho. Había algo en ella que yo sentía que no estaba normal. La llevé a un centro médico y les dije que le hicieran otro estudio porque había algo que no parecía normal en ella. Le hicieron un nuevo examen de audición y dijeron que todavía tenía líquido en el oído derecho, que tenía una pérdida moderada pero que con el tiempo se iba a mejorar a medida que el líquido desapareciera. El pediatra me dijo que todo estaba bien, que era una niña feliz, que yo era muy afortunada porque mi niña dormía mucho. Seis meses fue lo que yo pasé con doctores y al año recuerdo que estaba en la oficina del otorrinolaringólogo cuando me dijo que le iban a hacer otros exámenes. Después de recibir los resultados el doctor me dijo que la niña tenía una pérdida profunda severa y que no escuchaba, que no me preocupara, que había otras opciones: señas o implantes cocleares. Esto fue como un balde de agua fría. Me quedé impactada, no sabía lo que él me estaba diciendo. Cuando salía del consultorio estaba una señora con una niña y ella escuchó lo que el doctor dijo. Me acuerdo que ella me agarró y me abrazó. Yo no entendía lo que estaba pasando, ella me dio una tarjetita y me dijo que la llamara, que quería hablar conmigo, que sabía por lo que pasaba. Ella tenía una cita para el implante coclear de su niña. Duré como unos dos meses sin saber lo que estaba pasando. Yo no salí de mi casa, no salía ni con las niñas porque yo no quería que me preguntaran que me estaba pasando. Yo lloraba mucho cuando miraba los videos de mi niña. Veía a otros niños y me decía que ella no iba a ser como ellos. Yo estaba en etapa de negación, no quería aceptarlo. En ese tiempo uno de mis familiares también estaba muy grave y combinado con lo de mi niña fue muy difícil para mí. Llegaba a mi casa y lloraba. Hablé con mi esposo y él no creía, decía que todo estaba bien. Mi esposo no creía lo que yo le decía. Mi esposo y yo tuvimos problemas porque él decía no la íbamos a operar. Mi familia también se molestó conmigo. Me empezaron a invitar a las reuniones de AG Bell donde me hablaron sobre el implante coclear. La señora que me dio la tarjeta en la clínica me llevó a ver a su niña, al verla yo le dije que yo quería que mi hija hablara como la de ella. Mi niña ya tenía como un año y medio cuando tomé la decisión de hacerle el implante coclear, no me interesó si mi esposo me apoyaba o no. Un día cuando llegué de mi trabajo mi esposo estaba golpeando fuerte unos sartenes diciéndole a mi hija “verdad que si puedes escuchar”. Yo salí de la casa llorando y pensando hasta qué punto puede llegar para que entienda que nosotros tenemos una hija sorda. Yo no le dije que lo había visto. Al día siguiente él me dijo que siguiera adelante con la operación. El proceso ha sido difícil para mi esposo, inicialmente se aisló mucho porque no lo creía, no aceptaba y mi familia tampoco. Yo fui la que más estuve envuelta en todo el proceso llevándola a las terapias, etc. Él pensaba que con la sesión de terapias era suficiente. Yo le decía que ellos nos estaban dando herramientas para trabajar después con los niños y que teníamos que reforzar lo que aprendían. Ahora él ya entiende más. Fue un proceso difícil pero poquito a poquito se ha empezado a envolver y ver la diferencia. Cuando mi hija menor nació le hicieron su examen auditivo y no lo pasó. Entonces yo estaba más preparada. Mi esposo no opinó tanto y apoyó mis decisiones. Nuevamente los doctores dijeron que tenía que esperar. Yo dije, no, no hay espera, ya sé lo que es, no puedo esperar. No respetaron mucho mi opinión. Yo necesitaba cartas para el seguro y no las tuve hasta después de un año. No lo querían hacer porque estaba aún muy pequeña. Me esperé un año y luego la compañía dejó de hacer los implantes y tuve que esperar otros seis meses. Yo seguí insistiendo en hacerlo. Ahora veo la diferencia por haberme esperado al ver a nuestra hija que tuvo una intervención más rápida y veo la diferencia entre las dos. No estaba educada, no sabía, todo era nuevo para nosotros. He encontrado muchísima gente que me ha ayudado, personas que han pasado por lo mismo. Yo las miro y pienso como pueden haber superado todo esto porque a mí me tomó tiempo. Ellos dicen que toma tiempo, son etapas. A veces veo a las mamás y a sus niños y vuelvo a recordar por lo que pasé. Ahora con mejores conocimientos me siento preparada para afrontar los nuevos desafíos. Este es un proceso que nunca acaba, tienes otros problemas y buscas a otra gente que te ayude a salir adelante. A los padres nuevos de niños con pérdida auditiva me gustaría decirles que hay muchos recursos, solo hay que buscarlos. Piensas que eres la única persona que está pasando por esta situación, pero cuando empiezas a expresar lo que sientes vas a encontrar muchísima gente que ha pasado por lo mismo y te va a ayudar. No es fácil. Tienes que mirar todas las opciones y escoger la que es mejor para tu hijo.